Hace unas semanas me encontré una planta de tomate creciendo silvestre a un lado de la calle por donde paseo.
Vivo en una zona árida donde no ha llovido desde abril y no es común que crezcan tomates en medio de la nada, sobre todo si no hay fugas de agua alrededor.
Esta no tiene fugas y no parece que nadie la esté regando así que ha sido un misterio cómo está tan verde y viva, pero el caso es que ha estado creciendo y ya tiene varios tomates cada vez más grandes.
Después de varios días de tener la intención, hoy por primera vez le llevé agua, acomodé sus ramas caídas y me cayó un gran 20.
Déjenme decirles que cuidar una planta (o cualquier cosa) que no es tuya o que no está bajo tu “control”, hace que cambien las cosas.
La principal es que de inmediato hubo un mayor desapego al resultado, al “qué va a pasar”.
Aunque yo riegue y cuide esta planta, es posible que llegue alguien más y se lleve todos los tomates, que se coman todo los pájaros, o que la atropelle una máquina arreglando la calle (pasa seguido).
Realmente no hay ninguna seguridad de que yo vaya a poder cosechar alguno de esos tomates más adelante.
Y entonces, si no logro cosechar nada, ¿qué queda, cual es el objetivo?
Queda la relación que se está generando entre la planta y yo.
Ese tiempo de cuidado, de observación, de atención, aunque sean unos minutos de mi día, eso es lo que me está nutriendo.
Y aquí ya voy a hablar en plural, porque es algo universal:
Creo que a todos desde chicxs nos enseñaron que tenemos que hacer las cosas con un finalidad.
Si las cosas salen bien, significa que lo que hicimos estuvo bien y si salen mal, entonces no hay duda de que lo hicimos mal, perdimos el tiempo. Reprobamos.
Pero hay otra forma de actuar, que creo que en esta sociedad tenemos muy ignorada que es:
hacer las cosas con atención y entrega, con el único fin (y gozo) de hacerlas.
Justo hace unos minutos acabo de escuchar una palabra en hebreo, Lishma, que parece significar algo similar: hacer algo por el sólo hecho de hacerlo, y es una palabra que se refiere a un acto altamente espiritual.
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No te voy a decir que me ha sido fácil lograr hacer algo por el sólo hecho de hacerlo. Todo en mi psique ha estado entrenado para hacer lo opuesto: casi cada decisión siempre es tomada desde el “¿si hago esto, va a pasar lo que quiero que pase?” “¿cómo hago para hacer que pase lo que quiero que pase?”.
Sobra decir que el estado mental y emocional resultante de ese tipo de pensamientos (aunque sean inconscientes), es de ansiedad y de tensión, aún si son leves.
Pero la verdad es que:
Ha sido a través de la jardinería, o de la herbolaria, o de pasar tiempo con ellas que me he ido haciendo consciente de los nervios con los que llego cuando actúo desde un apego al futuro, al resultado, al “qué va a pasar”.
Ellas una y otra vez, de alguna manera me han ido enseñando que hay otra forma de ser, otra forma de actuar.
Que puedo parar, respirar, soltar la tensión de mi cuerpo, dejar ir las ideas del futuro y ahora sí, acercarme a ellas y ver qué necesitan o qué tienen para mi.
Y así, la experiencia es infinitamente más plena, más completa, más luminosa y llena. No le falta ni le sobra nada. Tomates o no tomates, mi experiencia ya es de saciedad y gratitud total.
No sé tú, pero yo creo que si los humanos aprendiéramos a relacionarnos así entre nosotros y con lo que nos rodea, el mundo sería otro.
Si esto te resuena, te invito a que la próxima vez que riegues una de tus plantas o limpies unas de sus hojas, le regales toda toda tu atención al acto en sí mismo y notes qué percibes. Date la oportunidad que te enseñen la magia y el misterio de Lishma.
Con cariño,
🌿 Paula