Es difícil de describir la diferencia entre caminar en un campo lleno de flores estando abierta, receptiva y totalmente presente a lo que mis ojos ven, a cuando lo hago viéndolas, pero no realmente -estando-, en cuerpo, mente y alma, ahí.
Y es que algo pasa, como si una puerta se abriera, cuando sales sin prisa, sin querer llegar a otro lugar, sino simplemente recibiendo paso a paso, respiración a respiración, todo lo que la naturaleza tiene para ti ahí, en ese preciso momento, en ese justo lugar.
De repente, todo se aclara y tus ojos comienzan a percibir la belleza no sólo en las flores de colores espectaculares, si no en lo que está a tu alrededor: los pastos delicados, las formas y colores de las piedrecitas del suelo, la manera en que vuelan los insectos que visitan las flores.
Todo, todo, adquiere una esencia mágica, una luminosidad y una presencia que te llena por completo; no hay una sola parte de ti que quisiera estar en otro lugar o viviendo algo diferente.
Para recibir así, tenemos que atrevernos a sentir. Tenemos que tener el valor de abrirnos y ser vulnerables. Tenemos que aprender a ver no sólo con los ojos si no con todo nuestro ser, enseñarnos a estar abiertos a relacionarnos desde otro espacio con el mundo que nos rodea.
Si no lo has vivido, puede sonar muy esotérico. Pero lo más probable es que has tenido muchos momentos así en tu vida y lo que quiero decirte es que los busques, que recuerdes que son reales, que están aquí para ti para llenarte, para saciarte y para recordarte que tu vida puede estar más llena de magia y plenitud de lo que tal vez a veces te permites.
Este mundo constantemente nos está tratando de dar de mil y un formas y lo único que tenemos que hacer es detenernos, respirar, y tener el valor de abrirnos a recibir.
Paula