A veces me pregunto, ¿en qué momento se volvió un privilegio sentarnos a contemplar, sin nada más que hacer?
¿En qué punto de la historia comenzamos a sentir culpa por estos espacios de descanso total?
No se tú, pero a mi me ha costado trabajo ir depurando la culpa, la sensación de 'estar perdiendo el tiempo', cuando me regalo esos espacios de contemplar, de 'ser' y no solamente de 'hacer' (que es a lo que socialmente estamos condicionados).
La buena noticia es que, después de buen tiempo de practicarlo (con culpa y ansiedad incluidas), poco a poco mi cuerpo y mi mente han ido aprendiendo a relajarse, a aquietarse.
Lo que he aprendido es que esos espacios 'vacíos' son los que más me nutren. Es donde me recargo y donde me recupero profundamente. Donde mi motivación y energía se restablecen.
Es donde encuentro paz.
Y resulta, que es desde esa paz donde soy más creativa, más eficiente y más enfocada.
Básicamente, es así como me siento realmente presente y viva, en vez de en una especie de sueño difuso con cosa tras cosa por hacer, en una carrera que nunca termina.
Así que, con este contraste he ido aprendiendo a ignorar la culpa y los otros patrones mentales que pretenden sacarme de estos momentos contemplativos/meditativos, y me permito sumergirme aún más profundo en la delicia del momento presente.
Y sin duda, no hay nada más delicioso que eso.