Es una sensación interesante, comer directo de lo que la tierra te da, sobre todo de plantas silvestres que nadie sembró y nadie cuida, pero que desbordan sus frutos ahí, a pleno camino, como esperando emocionados ser encontrados por alguien.
Hoy que comí estas zarzamoras sentí una sensación que normalmente recibo cuando como algo directo del campo: Que la Tierra me cuida, me sostiene, me ama.
Detrás de ese dulzor de la mora, detrás de esos sabores - de la combinación perfecta entre ácido y dulce, entre la suavidad de la pulpa y el 'crunch' de las semillas- surge la pregunta.. ¿Por qué? ¿Qué necesidad tiene la planta de hacer algo tan tan rico, que sepa tan bien al paladar?
Más allá de la respuesta obvia a nivel biológico de "la planta sólo lo hace para reproducirse", en realidad, cuando uno 'entra' en la experiencia, cuando llevas esa fruta a tu boca con toda tu presencia y toda tu atención, puede ser posible sentir algo más profundo.
Como si ese sabor delicioso sólo fuera una expresión de que detrás de los regalos de la Tierra hay un enorme Amor que nos sostiene y nos dá incluso más de lo que necesitamos.
La mayoría de nosotros hemos crecido sintiéndonos separados: separados unos de otros, separados de la Tierra, separados incluso de nosotros mismos. En esa creencia, lo que subyace entonces es una sensación de estar solos: desamparados y abandonados - solos contra el mundo.
Momentos así son el recordatorio perfecto de que la realidad es diferente, que no estamos solos ni separados, si no todo lo contrario. Estamos soportados, estamos sostenidos y somos amados incondicionalmente. En el fondo, somos Uno y en la medida que confiamos en ello lo comenzamos a ver reflejado más y más en nuestras vidas.
A veces, una mora a la vez.